DÍA 1. 4º—A
Lorena y Marta eran conocidas por sus vecinos frikis del segundo A como las
“lesbis”. Marta tenía 22 años y Lorena 21, y ni de lejos eran pareja. Ambas
encajaban a la perfección en el perfil de lo que Jaime y Alfonso, sus vecinos
del segundo, consideraban “objetivo preferente”, o lo que es lo mismo, entraban
dentro del margen de edad comprendido entre los 18 y los 40. Habían coincidido
un par de veces en el ascensor, y nunca habían cruzado palabras más allá del
saludo ocasional. Jaime intentó en una ocasión saltar la barrera del saludo y
meterse en la clásica charla acerca de la meteorología y el calor que estaba
haciendo ese año a pesar de las fechas en que estaban, pero en lo que tardó en
decidirse a hablar, el ascensor ya había llegado a su piso. Así que, como ni
Marta ni Lorena habían entrado al trapo de sus patéticos intentos de “pre-ligoteo”,
habían sido honradas con el título oficial de “Lesbis”, premio de dudosa
categoría que los hermanos regalaban a todas las chicas que no les hacían ni
puñetero caso, lo cual sucedía bastante a menudo.
Marta era delgada, rozando el límite de lo saludable. Morena, con el pelo
lacio y el flequillo cortado al estilo palangana (como Alfonso decía a
su hermano cada vez que se cruzaba con ella) era la viva imagen de Emily
Strange, el personaje de comic. Lorena, al contrario, estaba un poco por encima
del peso que debía tener en comparación con su altura según las tablas que
circulaban por Internet, y llevaba el pelo corto, con un look siempre
despeinado, y teñido de colores imposibles que cambiaba un par de veces al mes.
Unas gafas de gruesas monturas de plástico completaba el pack con el que
se presentaba al mundo.
Dejando aparte los intentos de contacto de los chicos del segundo, ninguna
de ellas dos se prodigaba demasiado en charlas con sus vecinos. Eran amigas y
compartían piso desde que se independizaron, hacía ya tres años. A ambas las
unía una afición que, casi sin darse cuenta, se había convertido en algo más.
El sueño de las dos era ser escritoras. De historias de terror, para ser más
exactos. Unos años atrás fundaron el blog “Pasada la medianoche” con la
intención de publicar sus relatos cortos, y de un par de visitas semanales
pasaron en unos meses a cientos, y en un poco más a las miles. En la
actualidad, su blog es el más visitado del sector en todos los países de habla
latina, y están planteándose el salto al idioma anglosajón. Así que, de lo que
era una afición, pasaron a un negocio. Los ingresos por publicidad en su
blog les permitían, de momento, pagar el alquiler y vivir, no con demasiados
lujos, pero sí sin tener que buscar un trabajo aparte del que a ambas les
apasionaba.
La gran ocasión de sus vidas les llegó tan sólo unos meses atrás, cuando
una gran editorial, consciente del éxito de su blog, les propuso la idea de
enfrentarse a su primera novela. Las condiciones: tenían que escribirla entre
las dos, y debía estar terminada en un plazo máximo de seis meses. La editorial
no quería arriesgarse a que, si el plazo era demasiado largo, el blog por
cualquier motivo dejara de tener éxito y perdiesen el tirón publicitario y
mediático. Por lo pronto, aquello estaba muy lejos de suceder. Cuando las
amigas filtraron a propósito en su blog la noticia del libro, las visitas se
multiplicaron por diez en sólo unos días y el rumor se extendió por la red como
un reguero de pólvora. Ya con el público a su favor, deseoso de poner sus ojos
en las páginas de tan ansiado libro, sólo les quedaba un paso: empezar a
escribirlo. Y ahí es donde comenzaron los problemas, porque ni siquiera lo
habían empezado. De igual manera que las historias cortas fluían de forma
natural desde sus mentes hasta las blancas páginas electrónicas de su blog, la
que tenía que ser por obligación la HISTORIA con mayúsculas que les abriría las
puertas del éxito literario se resistía a germinar en su fértil imaginación.
Así las cosas, y tras probar cientos de métodos, decidieron cortar por lo
sano e intentar un cambio radical de aires: dejaron la comodidad del estudio
que compartían en el centro de la ciudad por el aislamiento que les
proporcionaba el tercer piso en propiedad de doña Maruja, del que se habían
convertido en flamantes alquiladas.
De momento, y mientras la musa se decidía a parar por allí, las dos amigas
ahogaban su falta de inspiración en su blog, que seguía viento en popa, con más
éxito que nunca. Tan sólo un par de pisos más abajo, sus más fervientes
seguidores, sus vecinos del segundo A, entrarían en éxtasis si supieran que Hiedra
y Phoebe, sobrenombres con los que las dos amigas firmaban sus relatos,
manejaban con maestría los hilos informáticos del blog en el que ellos se
sumergían durante horas todos y cada uno de los días de la semana.
Lo primero que Lorena percibió cuando Marta la despertó a empujones fue su
imagen borrosa. El mundo siempre se mostraba como visto a través de un cristal
esmerilado hasta que sus inseparables gafas volvían a descansar sobre el puente
de su nariz. Si a este hecho, además sumamos el que la acababan de arrancar de
mala manera de los brazos de Morfeo, era bastante razonable que no se
despertarse con demasiado buen humor.
—Vale, vale… ¡ya estoy despierta! —protestó mientras tanteaba temblorosa la
mesita de noche en busca de sus gafas. Por fin se las ajustó, y Marta recuperó
la nitidez que le correspondía—. ¿Qué pasa?
—Tía, creo que tengo la idea inicial para el libro. Es terrorífica
—respondió ésta, blanca como una pared recién encalada y temblando como una
hoja—. Lo malo es que no tengo ni puñetera idea de cómo va a acabar…
—Bueno —suspiró Lorena dejándose caer sobre la almohada—, lo importante es
el principio, ya vemos cómo ir desarrollándola… ¿y cuál es esa genial idea?
—añadió con un sonoro bostezo que hizo casi incomprensible la frase.
—Esa —contestó apartándose del campo de visión de su amiga y señalando
hacia la ventana. A Lorena se le cortó el bostezo en seco.
—Joder —atinó a murmurar en un tono apenas audible.